Una
buena amiga, que solía ser deportista de competencia, me preguntó hace unas
semanas: ¿Cómo puedo hacer para no estar triste si voy perdiendo 14-0? (la
competencia va hasta 15). No le di mayor respuesta, ella tampoco la esperaba
realmente, solo me sugirió la pregunta para inducirme a reflexionar
sobre ello. Días más tarde, prendo el televisor y me encuentro una situación
muy similar en los “juegos suramericanos de la juventud”, en este caso el
marcador iba 12-2 y terminó 15-2. Inmediatamente le escribí y conversamos un
rato al respecto. Me contó un par de experiencias, opuestas por su fin, pero
igualmente extraordinarias. En una perdía estrepitosamente, mientras que en la
otra daba vuelta a un marcador vergonzosamente dispar.
Si
bien estas situaciones pueden ser extrañas, no son ajenas a nadie. Como
deportistas responsables, queremos (intentamos) controlar la mayor cantidad de
variables. Y como una pareja en su matrimonio, queremos que todo salga
perfecto. Lo cierto es que ese nivel de control y perfección no pasa de ser un
deseo, un ideal imaginario que nos llena de esperanza e ilusión. No
creo equivocarme si digo que todos los deportistas (de competencia o
aficionados), quieren que todo resulte según lo planeado el día D. Y está bien,
de hecho, apuntar a ese nivel de exigencia los llevará a niveles cada vez más
altos de perfección. El problema surge cuando dejamos de diferenciar el
imaginario de la realidad.
Recuerdo
que, mientras realizaba una terapia de grupo con algunos jugadores del equipo,
días antes de su viaje, les pregunté si alguno había pensado en la posibilidad
de perder. No exagero si digo que un par quisieron dejar la sesión, mientras
que el resto me decía que los estaba “salando”. Esa tarde, percibí miedo en sus
rostros, pues vieron esa realidad que habían estado ocultando con su
imaginación. Lo conversé con el entrenador y preocupado me dijo: “están muy
confiados, y me preocupa que no estén nerviosos. Son buenos, y tienen con qué
ganar, pero deberían preocuparse más…”
A
lo que apunto con esto, y -en un intento
de responder a la difícil pregunta de mi amiga-, es que no ponernos tristes
cuando perdemos, ya sea 14-0, 14-7 o 14-13, es imposible, es como pedir que no
celebremos cuando ganamos por las mismas diferencias. Es tan emocionante para
uno como para el otro. Parte del deporte es la emoción. Pensemos un segundo,
como deportistas, en todos los entrenamientos que hemos debido completar para
llegar a competir, para ser aceptados en una selección, para ganar una medalla
o un trofeo. Creo que la Razón no tiene la fuerza suficiente para empujarnos a
realizar tanto esfuerzo. Solo la Emoción es capaz de tal hazaña. En ese sentido, la tristeza de quien pierde
es tan sana y natural como la alegría del que triunfa. El tema es que así como
luego de ganar y experimentar un estado de incontrolable excitación, retomamos
nuevamente un nivel controlado y adaptado, debemos ser capaces de hacer lo
mismo a la inversa. Entiendo lo difícil que eso pueda resultar, al menos en el
imaginario de muchos, no es posible sobreponerse a una derrota, cuando esta
significa meses o años de esfuerzo. Por eso, considero que lo principal para
evitar que esas situaciones lleguen a extremos inmanejables, es marcar bien la
diferencia entre el imaginario y la realidad. Hay cosas que podemos cambiar,
que dependen de nosotros y sobre las cuales debemos trabajar. Hay otras en
cambio, que no, pues no tenemos mayor injerencia respecto a cómo se darán. A
estas debemos aceptarlas, adaptarnos a ellas. Pretender cambiar algo, que no
depende de nosotros, es tan inútil como obviar nuestros defectos pensando que
todo saldrá bien.
Para
terminar, solo quiero decir que como deportistas, debemos estar preparados para
enfrentar la prueba que nos toque: para eso nos preparamos. Emocionarnos, para
bien o mal, está dentro del paquete “Deportista”. Lo que no debe pasar es que
por una falsa expectativa, nuestras emociones lleguen a niveles descontrolados.
En esa línea, nuestro imaginario debe alimentarse de nosotros, de nuestro
potencial. Tan importante como querer ser el mejor, es saber qué debemos hacer
para serlo.
Manuel Beltroy
Psicólogo Deportivo
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